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Ciudades Flotantes

Ciudades flotantes: ¿utopía o solución?

Cristina Leon Vera | 30/09/2025

Uno de los efectos más visibles y preocupantes del cambio climático es el aumento del nivel del mar. En este contexto, surgen como respuesta las ciudades flotantes, proyectos que trasladan al agua parte de la vida urbana, con una doble promesa: proteger frente a inundaciones y ampliar el espacio urbano en zonas de alta densidad.

El aumento del nivel de agua en el planeta es una realidad científica que obliga a repensar la planificación urbana y a buscar modelos de ciudad más resilientes. Según el Sexto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático -IPCC por sus siglas en inglés- la elevación del mar continuará durante siglos, incluso si se logra limitar el calentamiento global podría alcanzar varios metros en escenarios extremos. Tal y como expone el Foro Económico Mundial, si no se reducen las emisiones, más de 800 millones de personas que habitan en 570 ciudades de todo el mundo, podrían estar en riesgo en 2050.

Esto supone una verdadera amenaza para los millones de personas que viven en ciudades costeras y pequeños estados insulares, y está llevando a replantear cómo debe ser la adaptación territorial del futuro. Es en este contexto donde surgen las propuestas de urbanismo flotante, que son producto de la combinación de tres factores: la necesidad de proteger poblaciones densamente urbanizadas en litorales, la insuficiencia técnica o económica de soluciones tradicionales (como diques o reubicaciones) y la evolución de tecnologías de construcción modular e ingeniería naval que permiten el desarrollo de plataformas sobre el agua estables y escalables.

 

De la teoría a la práctica

El aumento de la vulnerabilidad costera, la presión demográfica y la innovación tecnológica explican la maduración de algunos proyectos piloto. Y no se trata solo de una respuesta al cambio climático, sino de una estrategia urbana transformadora. A continuación, presentamos algunos de los ejemplos más destacados que ilustran la transición de la teoría a la práctica:

Oceanix Busán, Corea del Sur: Este prototipo, presentado en el año 2022 con la colaboración de ONU-Hábitat, persigue demostrar cómo las plataformas modulares pueden integrarse con una ciudad ya existente. Dispone de producción alimentaria local, energías renovables y un gobierno híbrido entre instituciones públicas y socios privados. Ubicada frente a la costa de la ciudad surcoreana de Busán, está formada por barrios interconectados que ocupan 6,3 hectáreas.

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Pabellón flotante, Países Bajos: La consultora Blue 21 está especializada en ingeniería flotante y desarrolla investigaciones para edificios de varias plantas capaces de resistir oleajes extremos y huracanes, incorporando bases técnicas sólidas para idear ciudades completas sobre el agua. Con esta experiencia, y junto al estudio de arquitectura DeltaSync, ha realizado una prueba en Rotterdam, creando un pabellón flotante formado por varias cápsulas sostenibles. Es el prototipo para la construcción de Artisanópolis, la ciudad flotante que espera construirse en la Polinesia Francesa.

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Iniciativas comunitarias, Bangladesh. Organizaciones como Shidhulai Swanirvar Sangstha ofrecen, desde hace veinte años, escuelas, bibliotecas y clínicas flotantes para comunidades que se ven afectadas por las inundaciones estacionales. Se trata de barcos-plataforma que muestran que la resiliencia urbanística también puede funcionar en un contexto de bajos recursos.

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Alto potencial, desafíos patentes

Los proyectos flotantes ofrecen beneficios que merecen atención. El cambio climático no solo implica el aumento del nivel del mar, sino que también está provocando tormentas intensas y otros eventos meteorológicos extremos. Estos prototipos, al estar diseñados para flotar, presentan una mayor resiliencia física. Asimismo, brindan la posibilidad de construirse de manera más sostenible, integrando energías renovables, reciclaje de agua o agricultura urbana.

Del mismo modo, aportan flexibilidad, debido a que su crecimiento puede ser por módulos, adaptándose a las necesidades de población y de espacio. Y, por supuesto, son una alternativa a la reubicación, favoreciendo que los habitantes de una urbe costera amenazada puedan quedarse en la zona sin depender de diques o sin recurrir a traslados masivos.

Ya en 2019 en la primera Mesa Redonda sobre Ciudades Flotantes Sostenibles, Amina Mohammed, Vicesecretaria General de Naciones Unidas y Presidenta del Grupo de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible, afirmó que este tipo de construcciones podrían ofrecer soluciones a las amenazas del cambio climático que enfrentan las áreas urbanas.

Sin embargo, las ciudades flotantes no están exentas de retos y limitaciones. En primer lugar, su construcción tiene unos costes elevados. Estudios del Banco Mundial subrayan que la brecha de financiación es enorme, debido a que los proyectos requieren inversiones multimillonarias aún difíciles de cubrir.

Por otro lado, su gobernanza es incierta y no hay una respuesta clara a cuestiones legales sobre propiedad, servicios o jurisdicciones. Tampoco cumplen con los estándares de equidad social y legal, ya que la mayoría de los proyectos piloto son de alta gama. Para que sean realmente resilientes, deben beneficiar también a comunidades vulnerables y no solo a élites urbanas.

 

¿Son una solución real?

Podríamos decir que sí, pero con ciertas matizaciones. Lo cierto es que son una herramienta viable en ciertos contextos, como los atolones de baja elevación o en megaciudades densas sin margen de expansión. No obstante, no reemplazan políticas esenciales, como la reducción de emisiones, la restauración de ecosistemas costeros, la planificación territorial o la protección convencional, donde sea más eficaz desde el punto de vista de los costes.

Basándonos tanto en la viabilidad de los prototipos como en los estudios realizados por diferentes instituciones, podemos concluir que las ciudades flotantes son una opción complementaria e innovadora dentro del repertorio de adaptación, pero si tienen éxito o no, va a depender de que se establezcan unos marcos legales robustos, una financiación accesible y un diseño inclusivo.

Los experimentos de urbanismo flotante demuestran que la idea puede funcionar, tanto en iniciativas de alta tecnología como en soluciones comunitarias de menor coste. Su viabilidad técnica ya está comprobada; ahora la verdadera pregunta es: ¿está la humanidad dispuesta a invertir, regular y democratizar estas infraestructuras? Las ciudades flotantes no son una utopía futurista, sino una apuesta real para la resiliencia urbana ante el aumento del nivel del mar. En resumen, pueden ser una parte importante del repertorio de la adaptación al cambio climático, pero deben integrarse en políticas más amplias que también consideren la justicia social.

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